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The Beginners: El amor y la pena de nuestros padres

  • Foto del escritor: Andy
    Andy
  • 19 may 2019
  • 12 Min. de lectura

Oliver: ¿Reescribiste la muerte de Jesús?
Hal: ¡Era demasiado violenta! Necesitamos nuevas historias


Juan Rulfo afirmó que al momento de contar una historia no existen más que tres temas: el amor, la vida y la muerte[1]. El autor mexicano partió precisamente de la muerte para escribir una de las obras más fascinantes de la literatura: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”, con estas líneas comienza el viaje de Juan Preciado para descubrir que su padre falleció varios años atrás, abandonando Comala a merced del olvido y el polvo.

La muerte del padre constituye uno de los motivos más recurrentes en la historia del arte, puede encontrarse en obras que dan cuenta del conflicto de los artistas, o bien, como una estructura narrativa o un elemento simbólico. Más allá del dolor y la tragedia, el fallecimiento del padre se ha representado también como el detonante de sentimientos conflictivos, casi contradictorios. Entre 1855 y 1864, Richard Dadd pintó, en el psiquiátrico donde se encontraba recluido, El golpe maestro del leñador duende, una obra que da cuenta del terrible crimen que provocó su confinamiento: el parricidio. En 1943, el artista inglés, con una psique perturbada tras el uso de drogas y el padecimiento de enfermedades mentales, asesinó a su padre partiendo su cabeza con un hacha. La obra de Dadd muestra un instante detenido en el tiempo en un ambiente que recuerda a los cuentos folklóricos de hadas y duendes, el momento en el que un leñador alza su hacha para partir una especie de semilla, frente a la mirada expectante y temerosa de algunos pequeños personajes a su alrededor.



Siglos antes de que Dadd cometiera su asesinato, William Shakespeare creaba Hamlet, ese príncipe atormentado por el fantasma de su padre y la traición de su madre. Jorge Manrique, poeta castellano del siglo XV, escribió Coplas por la muerte de su padre, una elegía tras la pérdida de su progenitor: “dio el alma a quien ge la dio, / el cual la ponga en el cielo / y en su gloria; / y aunque la vida murió, / nos dexó harto consuelo / su memoria”. En contraposición a la escritura doliente de Manrique, Franz Kafka ―referencia obligada, ineludible, al reflexionar sobre la figura del padre en la historia de la literatura universal― mantuvo con su padre una relación estremecedora, llena de rencores y miedos por parte del escritor.

El cine también da cuenta de estos sentimientos conflictivos, ya sea en largometrajes de tinte político, como En el nombre del padre (1993) del director Jim Sheridan, o en películas representativas de la cultura pop, como la saga Star Wars, de George Lucas. En el primer ejemplo, Sheridan retrata la historia, acontecida en la vida real, de Gerry Conlon y su padre, Giuseppe Conlon, ambos acusados y encarcelados injustamente por el gobierno británico de ser parte del Ejército Republicano Irlandés y haber provocado un atentado en el que murieron cinco personas. Si bien Gerry siente un desprecio profundo hacia su padre (y hacia sí mismo), su relación con éste evolucionará en la cárcel hasta acompañarlo amorosamente en su muerte y llevar un activismo el resto de su vida con el propósito de limpiar y reivindicar su nombre.

En Star Wars, la mentada frase de “Yo… soy… tu padre” no sólo se ha convertido en uno de los momentos más referenciados y parodiados en la historia del cine, sino que contiene en sí misma el destino trágico de Luke Skywalker: a la manera de Edipo, se encuentra destinado al parricidio, en su deseo de vengar al padre que creía muerto, se descubre deseando la muerte del progenitor que encarna la figura de su peor enemigo. Por supuesto, podrían mencionarse muchos otros títulos: la muerte del padre deseada con desesperación en El resplandor (1980) de Stanley Kubrick, el hombre que se sacrifica por salvaguardar la inocencia de su hijo en La vida es bella (1997) de Roberto Benigni, las historias y la memoria que sobreviven a la ausencia en El gran pez (2003) de Tim Burton, la muerte del patriarca que desentierra secretos en medio de un viaje de locura en Por la libre (2000) de Juan Carlos de Llaca, etc. Sin embargo, en esta ocasión hablaré sobre The Beginners, una película escrita y dirigida por Mike Milles y estrenada en el año 2010.

The Beginners tiene como protagonista a Oliver, un diseñador y artista que intenta superar el dolor de haber perdido a Hal, su padre, hace apenas unos meses. En los primeros minutos de la película, Oliver explica cómo fueron los últimos cuatro años de vida de Hal. Su madre murió dejando a su padre viudo después de 44 años de matrimonio, medio año después de estos acontecimientos, Hal, con 75 años, decide salir del armario frente a su hijo y el mundo, dispuesto a vivir su sexualidad en el tiempo de vida que le queda: “no quiero ser sólo teóricamente gay, quiero hacer algo al respecto”, dirá Hal. La anécdota de la historia está inspirada en un episodio autobiográfico del propio Mike Milles, pues su padre también se declaró homosexual tras la muerte de su madre.

El presente de Oliver, en el que lidia con el dolor e intenta comenzar una nueva relación con Anna, una actriz francesa enigmática y divertida, se combina con sus recuerdos de dos planos temporales: su niñez junto a su madre, marcada por la ausencia de su padre, y los momentos que pasó al lado de su padre durante su enfermedad. A pesar del tema triste, la cinta puede clasificarse como una comedia. Las actuaciones en The Beginners muestran un profundo compromiso con la experiencia autobiográfica del director, además de permitir al espectador sentir empatía con la pena de los personajes y reír con la ternura que provocan sus momentos de comicidad. En especial, hay que destacar las actuaciones de Ewan McGregor como Oliver, con esa melancolía que logra irradiar incluso cuando está bailando en medio de una fiesta de disfraces, y, por supuesto, la soberbia interpretación que Christopher Plummer ofrece de Hal.

A pesar de que no soy una conocedora de la carrera de Plummer, las películas en las que lo había visto anteriormente ―Inside man, Twelve monkeys, The new world, por mencionar algunos títulos― siempre lo mostraban interpretando casi al mismo personaje: un hombre inteligente, elegante, flemático, incapaz de soltar una carcajada aunque su vida dependiese de ello. Por supuesto, tiene una presencia poderosa y carismática en pantalla, puede verse a kilómetros que se trata de un actor dotado, pero me daba la impresión ―insisto: me baso en las pocas cintas que he visto con su participación, casi todas del último par de décadas― de que Hollywood lo había encasillado en un papel que lo hacía repetir hasta el cansancio. En The Beginners, Christopher Plummer está espléndido, como si quisiera explotar al máximo la oportunidad de interpretar a un personaje que baila con su novio, ríe, pasea a su perro y agita banderas arcoíris. Al verlo actuar como Hal, casi puede palparse el amor con el que el actor da forma a un personaje entrañable. Me doy cuenta de que la palabra “amor” tal vez no es la más crítica ni la más analítica al describir un trabajo actoral, pero, aun a riesgo de sonar cursi, no encuentro otra forma más adecuada de describir lo que transmite su presencia en la pantalla. No en vano Plummer ganó todo premio al que fue nominado, incluyendo el Óscar, por este título.

A lo largo de la película, Oliver se desarrolla en diferentes relaciones: con su madre, con su padre, con Arthur, el perro que éste le dejó al morir, y con Anna. Por supuesto, el inicio de su amorío con la actriz francesa se encuentra signado por su duelo. La pérdida de Oliver dista de ser convencional; su luto no sólo parte de la pérdida de su padre y su futuro sin él, sino que también abarca su propio pasado, sus raíces familiares. El luto puede adquirir matices y significados muy diversos, abarcando experiencias simbólicas y emocionales que no implican obligatoriamente la muerte o la desaparición física de un ser querido, Marina Castañeda explica en su libro La experiencia homosexual lo que denomina como “duelo por la heterosexualidad”, es decir, el dolor que conlleva para una persona tomar conciencia de su homosexualidad y darse cuenta del conjunto de posibilidades y privilegios que son más difíciles de alcanzar para quienes no son heterosexuales. Estos sentimientos pueden identificarse también en los padres que descubren la homosexualidad de sus hijos, pues deben enfrentarse a la pérdida de una idea que tenían de su ser querido y su futuro. En el caso de The Beginners, el duelo de Oliver es doble: la aceptación que hace Hal de su orientación sexual da lugar a un signo de interrogación que se extiende a la infancia de Oliver, una sensación de pérdida que desenmascara la relación de sus padres y hace tambalear los motivos de su concepción, su origen.



Así se explica que Oliver sienta una desconfianza que lo ha acompañado toda su vida al intentar acercarse a otras mujeres ―él mismo confiesa que abandonó sus noviazgos anteriores o los dejó desmoronarse―. Los recuerdos que Oliver tiene de su niñez se entrelazan con los momentos que comparte con Anna. La única memoria infantil en la que Hal aparece ni siquiera muestra su rostro, sino que se centra en la decepción de su esposa tras recibir un frío beso en la mejilla antes de que él se vaya a trabajar. De esta manera, las evocaciones de Oliver retratan el cariño que su madre sentía hacia él, pero también dan cuenta de la tristeza y la frustración que sentía ante un esposo incapaz de amarla.

En sus últimos años, Hal pone todo su empeño en lograr la vida que nunca se permitió: se inscribe a clubes de lecturas y de películas con temática LGBT+, apoya grupos de activismo, abre perfiles en páginas de citas, se consigue un novio mucho más joven que él y cambia su estilo de vestir. En contraposición, Oliver aparece siempre solo, apoyando a su padre en la enfermedad, pero sin que realmente logre acoplarse del todo al ánimo festivo, de orgullo, que ahora domina la vida de su padre. Hal, por supuesto, lo encomia en múltiples ocasiones para que intente buscar una pareja; sin embargo, la respuesta de Oliver es tajante: no quiero terminar como tú y mamá. En este aspecto de los personajes, los obstáculos y miedos que deben superar para forjar una conexión real con los seres que aman, se encuentra la raíz del nombre de la película: principiantes (beginners). Además de comenzar su vida como hombre homosexual, Hal crea una nueva forma de acercarse a su hijo. Respecto a su ausencia durante su niñez, Hal le revela a Oliver: “Tú siempre querías tomar mi mano cuando eras pequeño. Yo no podía, ¿sabes? Tenía miedo de que se viera raro. Yo quería estar cerca de ti, por supuesto. Mi padre, ciertamente, nunca estuvo cerca de mí. Dios, espero no haber sido así”.



Las palabras de Hal evidencian la forma en que la paternidad, en una sociedad machista, se ha ejercido mediante el distanciamiento con los hijos y el disimulo de los afectos. Sin embargo, en el diálogo de Hal, también podría entreverse una confesión más terrible: si amar a otros hombres le está prohibido, mostrar un cariño excesivo hacia su hijo puede convertirse en acusación de pederastia. A primera vista, el argumento puede parecer exagerado; sin embargo, en el proceso histórico de satanización de la homosexualidad, “sodomita”, “perverso”, “enfermo” y “pedófilo” han sido algunos de los epítetos con los que se ha buscado castigar y denostar esta orientación sexual:

En general, los cargos difamatorios de infanticidio o de acosar a niños habían sido empleados en el pasado por las religiones patriarcales contra aquellas personas que practicaban un culto disidente. Por ejemplo, dichos cargos se esgrimieron contra los cristianos en la Roma antigua, contra los judíos en la Europa cristiana, y contra los misioneros jesuitas en China. Es extraordinario que este mismo tipo de difamación se emplee hoy aún de forma muy amplia contra lesbianas y gays. (“No podemos dejar que ejerzan como profesores porque convertirán a nuestros niños”, “Practican extraños ritos entre ellos”; etc.) (Evans, 2015: 46-47).

A Hal no sólo le fue negada la posibilidad de desarrollarse sexualmente de manera plena, también se sintió impedido para mostrar su amor a Oliver y lograr la paternidad que realmente hubiera querido darle a su hijo, en lugar de repetir los patrones en los que, a su vez, había caído su propio padre. Uno de los mayores aciertos de la película radica precisamente en su capacidad de resaltar que en una sociedad donde la masculinidad se entiende como desapego emocional y violencia, donde la heterosexualidad se muestra como el único modelo plausible para mantener relaciones sexo-afectivas, el amor se eleva a la categoría de privilegio o, al contrario, deriva en perversión o suplicio. No se trata de que The Beginners nos descubra por primera vez que la heteronorma y el machismo han convertido el amor en privilegio; sin embargo, invita al espectador a que reflexione nuevamente en el tema mientras observa la felicidad de Hal en sus últimos años, o bien, mientras empatiza con la valentía y el arrojo que del que Oliver hace uso para embarcarse en una relación con Ana, esa actriz que se la vive de hotel en hotel y que, a su vez, también ha admitido ser incapaz de conservar una relación por largo tiempo.

El arrojo le viene a Oliver, por supuesto, de recordar la intensidad con la que su padre amó a su novio y la alegría que manifestaba en cada aspecto de vivir su homosexualidad en libertad. En este sentido, la salida del clóset de Hal adquiere también las dimensiones de una reivindicación casi política. Mientras que Hollywood y las marcas ―Nike, Doritos, Burger King, entre muchas otras― que han capitalizado el orgullo gay nos han acostumbrado a la alegría juvenil y estetizada de cuerpos blancos, impolutos y bien torneados que presumen de besos casi castos, la figura de un hombre con 75 años se erige para lanzarnos a la cara el orgullo de una plenitud alcanzada tras décadas de represión, sin importar la censura o la risa que pueda causar su ánimo de bailar en antros a la medianoche (debo resaltar lo bien logrado de la comicidad en las escenas de Hal aventurándose en ambientes que no serían propios de un “señor de su edad”, a diferencia de otros títulos como The Bucket List, donde la visión de Jack Nicholson y Morgan Freeman saltando de un paracaídas, más que mover a risa, roza prácticamente en lo grotesco).

Ya cerca del final de su vida, Hal escribió cartas a políticos, leyó muchos libros sobre la diversidad sexual e, incluso, reescribió la muerte de Jesús:

Eventualmente, Jesús envejeció y no podía caminar mucho, ni predicar en voz alta. Un día, les dijo a sus apóstoles que los dejaría pronto. Los tres discípulos oraban con él, le daban agua, pan y lo bañaban. Después de varios días de que el aire le faltara, una mañana, justo al amanecer, Jesús falleció.

Esta reescritura evangélica que lleva a cabo Hal funciona como un paralelismo a su propia transfiguración en la vejez; no obstante, a la vez, también implica un recordatorio poderoso y necesario en nuestros tiempos: no necesitamos más mártires de la violencia. Requerimos con urgencia seres que, como Hal, encaren con valentía, pasión y felicidad la verdad sobre sí mismos, que terminen su existencia gozando del amor que siempre merecieron, para que sean la inspiración de las nuevas generaciones que, como Oliver, vivan con la consciencia de su privilegio de amar sin ataduras y gocen de no tener que esconderse en los baños públicos para tener sexo.

La compasión se vuelve un punto clave de la película en esa reescritura que hace Hal de su propia vida y de otros finales trágicos y violentos que han marcado la historia del pensamiento occidental, como la muerte de Cristo. Ante la disyuntiva a la que Oliver debe hacer frente entre castigar a su padre por años de mentira o procurar comprenderlo, elige la segunda opción. No obstante, su conflicto respecto a lo que considera un matrimonio injusto vivido por su madre no desaparece. Al enterarse de que fue su madre quien le propuso a su padre casarse con ella para curarlo de su homosexualidad, la actuación de McGregor refleja la compasión sin límites que Oliver siente hacia Hal, pero también hacia su madre: una mujer tan desesperadamente enamorada que estuvo dispuesta a casarse con un amor imposible, pero que, a la vez, violentó al hombre que quería al grado de poner todo empeño en negar quién realmente era.

Ante esas vidas de tanto pesar, represión y mentiras, Oliver opone un amor profundamente compasivo hacia su padre, una paciencia comprensiva que pone toda su energía en entender el sufrimiento de las generaciones anteriores. Esa actitud afectiva y cuidadosa del protagonista abarca también al pequeño Arthur, el perrito que su padre tanto quiso y que queda en la orfandad después de su fallecimiento. Arthur llora cada vez que Oliver pretende dejarlo solo en casa, lo que causa que él regrese siempre y cargue con él a todas partes. Además, varios de los momentos más enternecedores y divertidos de la película se desarrollan en las conversaciones que Oliver mantiene con el perro que lo escucha silencioso, pero que le responde mediante subtítulos. El mensaje en The Beginners es claro: la comunicación y la compasión se erigen como habilidades clave que permiten sanar la soledad de los otros, reconciliarnos con nuestro pasado y enfrentarnos con arrojo al futuro. En un mundo que ha hecho del acto amoroso un privilegio restrictivo o un motivo de vergüenza, la única rebeldía verdadera se encuentra en tender lazos significativos con los otros, demostrar que el amor y el entendimiento pueden superar los rencores, las recriminaciones y las oportunidades perdidas.


[1] Esta afirmación puede encontrarse en el ensayo “El desafío de la creación”, de Rulfo.

Bibliografía

Castañeda, M. (2011). La experiencia homosexual. Para comprender la homosexualidad desde dentro y desde fuera. México: Paidós.  Evans, A. (2015). Brujería y contracultura gay. Barcelona: Distri Josep Gardenyes / Descontrol.

Rulfo, J. (s. f.). "El desafío de la creación". DDOSS. Asociación de Amigos del Arte y la Cultura de Valladolid. Disponible en: http://www.ddooss.org/articulos/textos/Juan_Rulfo.htm. Consultado en junio de 2019.


 
 
 

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