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Lesbianismo y escritura

  • Foto del escritor: Ezra
    Ezra
  • 8 ago 2018
  • 9 Min. de lectura



Cuando estaba escribiendo este pequeño artículo, me pareció inevitable invocar a aquella niñita de 17 años, que pasó semanas enteras intrigada, tratando de entender qué se escondía detrás de una palabra incandescente que calaba hasta la medula. A los 17, conocí la palabra «Lesbiana» porque me presentaron a una de carne y hueso, y ese —recuerdo— fue el mayor descubrimiento de todo el bachillerato. Sentada dos butacas delante de mí, con su cabello largo y una mirada que ausculta, el flamante ejemplar me veía como si supiera algo que yo no. Confieso que hasta ese momento no pensé ni siquiera en la posibilidad de que una palabra, y un «ser» de tal naturaleza tuvieran existencia efectiva. El impacto abrió un hueco en la casa de mis padres.


Esa palabra de tres sílabas, silenciosas pero avasalladoras removieron mi nebulosa adolescencia hacia una nueva consciencia de la realidad. Con el paso del tiempo y una búsqueda que se ha vuelto interminable entendí que ese silencio no era un silencio sordo, sino el rumor de un grupo de voces clandestinas que se abrían espacio en la sociedad desde esa vida y sensibilidad otra. Confesaré que a los diecitantos “Mujer contra mujer” (Mecano), “Por amor al arte” (Iván Guevara) y “Eva y María” (Materia prima) le dieron forma por primera vez a una identidad común donde podía reconocerme. Con el paso del tiempo pude formar una lista de objetos culturales y literarios, un canon personal que conforma para mí la anatomía cultural de esta identidad.


Pronto se sumaron a mi catálogo una serie de textos que exploran el erotismo entre mujeres y que yo he llegado a considerar literatura lésbica, aunque no estén necesariamente escritos por mujeres lesbianas ni estén dedicados exclusivamente a lesbianas. En un sentido más amplio, prefiero entender la literatura lésbica como aquella que privilegia la perspectiva lesbiana o que aborda temas y motivos en torno ella. En América Latina, dentro de este tipo de obras, prima el interés en resaltar el aspecto autobiográfico o identitario, erótico y sociopolítico. La centralidad de estas líneas, está dada por necesidades que exceden las dimensiones de la obra literaria, y que atienden a contextos sociales muy particulares de violencia y censura donde el erotismo lésbico representa una trangresión porque no contribuye a la procreación ni sigue la heterosexualidad culturalmente impuesta. Aunque la lesbiana es dos veces discriminada: por su condición de mujer y por sus preferencias sexuales, su erotismo representa unasublevación ante la dominación patriarcal y la segregación de género porque eleva el protagonismo de la mujer en el ámbito político. En este contexto la literatura se proyecta fuera de sí para modificar el espacio o la consciencia social.


Apartir de este entramado semántico, reprobada por la ética, la religión, algunos discursos de la salud o incluso en la política;la figura de la lesbiana, es la de la amante que habla en una lengua subterránea, confesora clandestina, loca perversa, amazona, ambigua contagiosa; pero también es la poeta que descifra lo indecible y se atreve a pronunciarlo en su canto: constructora de una estética diferente para una interioridad diferente que exalta el goce y a la mujer.


Siguiendo esta guía, en la cima de mi canon personal está una figura fundamental, hablo de Juana Inés de la Cruz. Por ciertos rumores que circulan desde hace tiempo se ha cuestionado la sexualidad de la poeta sin llegar a demostrarse nada, sin embargo, no es por esto que la considero en este pequeño artículo, sino por la voz lésbica que asoma en una veta de su obra. En el caso de la décima musa,[1] se ha indagado mucho acerca del supuesto amor que le profesaba a la virreina María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, quien fuera protectora y promotora de su obra tanto en México como en España. Ya Octavio Paz en un apartado de Las trampas de la fe(“Religiosos incendios”) así como Antonio Alatorre en su artículo “María Luisa y Sor Juana” (en Periódico de Poesía), han señalado la importancia del misterioso vínculo entre ambas mujeres para la poesía sorjuanina. Fue Francisco de las Heras, secretario de la virreina, el encargado de compilar el primer volumen de la obra poética de Juana Inés, además de prologarlo. Ya que muchos de los versos amorosos de Sor Juana estaban dedicados a María Luisa,[2]las Heras decidió dispersarlos a lo largo de todo el volumen, de manera que no pudiera pensarse que estaban inspirados por un amor profano.Independientemente de esto, algunos versos de la religiosa los esgrime una voz lírica femenina, una amartelada platónica (como la llama Octavio Paz) que rinde culto y alabanza a su amada.

…no quiero, señora,
que con piedad inhumana
me despojéis de las joyas
con que se enriquece el alma,
sino que me tengáis presa;
que yo, de mi bella gracia,
por vos arrojaré mi
libertad por la ventana.
Y la sonora armonía
de mis cadenas amadas,
cuando otros lloren tormentas,
entonarán mis bonanzas:
Nadie de mí se duela
por verme atada,
pues trocaré ser reina
por ser esclava.

En el poema se aprecia la influencia del amor cortés que, por herencia de la mística y la metafísica, entendía el amor como la fusión de los amantes. Éstos quedaban atrapados, su individualidad se disolvía en ese vínculo que los excedía y que conformaba una realidad extra-ordinaria. En los versos sorjuaninos, la voz lírica (femenina) se somete a su amada, abandonando las riquezas del mundo por aquellas que solo pertenecen al alma.


Si bien esa voz lesbiana surge en medio de la censura y con el tiempo habría de desaparecer entre los versos de Juana Inés cambiando a una forma masculina, el resto de las autoras que nacen en América Latina a partir de la mitad del siglo XX, ya no se detendrán con el respetuoso silencio de quien no desea incomodar, sino que unidas a los movimientos de liberación sexual y feministas proferirán un grito de liberación. De la mano del activismo, se configurará una cultura solida y visible para la comunidad lésbica. Cristina Peri Rosi en Uruguay, Nancy Cárdenas y Rosa María Roffiel en México (1945), Luz María Umpierre de Puerto Rico, Magaly Alabau en cuba, entre muchas otras le dieron cuerpo y textura al erotismo lésbico, interrogando su identidad y su posición social.






Rescato con especial ineterés Amora(1989) de Rosa MaríaRoffiel, que es considerada la primera novela lésbica mexicana. La protagonista es Guadalupe, una joven periodista y feminista militante que comparte su vida con un grupo de amigas del Movimiento de Liberación de la Mujer. Su trabajo en GRAPAV(Grupo de apoyo a personas violadas)[3]da voz a las mujeres violadas, además de otros conflictos sociales como la “invación de Nicaragua por los Estados Unidos (1981-1982), la huelga de los trabajadores de la refresquera Pascual en el DF (1982- 1984), y el caso de Elvira Luz Cruz, presunta filicida en un acto de desesperación (agosto de 1982), defendida por activistas feministas” (Olivera Córdova: 115). Además de este contexto que refleja una época de crisis, la historia se concentra en la vida independiente de la protagonista, su experiencia del lesbianismo e introducción al feminismo. Resalta la conexión entre la vida pública y la vida privada.


La novela explora el afecto entre mujeres no sólo romántico, sino también la sororidad[4]que existe entre ellas. El diálogo del grupo de amigas, así como el monólogo interno de la protagonista ponen a discusión el amor entre mujeres: ¿qué es una lesbiana?, ¿es una mujer perversa que viola mujeres?, ¿qué es una buga? se preguntan entre ellas para terminar comentando los conflictos del amor entre una lesbiana y una heterosexual, evidenciando aquellas mujeres que declaran su heterosexualidad aunque la sigan únicamente en apariencia:


—¿Y qué me dicen de esas que de plano te sueltan que como están inquietas por tener una experiencia lésbica, han pensado que una podría iniciarlas en el asunto?
—Eso es por la idea de que las lesbianas somos como machos, que mujer que vemos, mujer que nos cogemos.
—¡Ya parece! se ve que desconocen nuestro alto grado de selectividad […]
—¿Y esas que te advierten que no te vayas a enamorar de ellas porque ya tienen otro compromiso, o porque “en el fondo yo no soy lesbiana”?
—¿Y esas otras que te recuerdan a cada rato cuanto quisieran encontrar un hombre que les diera exactamente lo que tú? (Roffiel: 112).

La relación un tanto tormentosa que comienza la protagonista con Claudia, una chica que apenas explora el erotismo lésbico y que de distintas formas representa la contraparte de Guadalupe (Claudia pertenece a una familia de clase pequeñoburguesa y estudia en la Universidad Iberoamericana), pondrá en el centro de la discusión si el lesbianismo es una elección. Por otro lado, las escenas eróticas en la obra dan forma y textura a una experiencia que anteriormente no tenía forma nítida en el imaginario colectivo:


Tienes fuego adentro. El tiempo no existe. Solo esto. Fusión de suspiros, tormenta de ecos. Qué embriaguez. […] Un vuelo de tórtolas sobre tu cuerpo. Nido de alondra tu nido. Tu gruta encarnada. Ansias, tengo ansias de tu vientre, del coral entre tus muslos […] La tarde se tiñe de savia, de pájaros-flores, de un olor a sándalo. Tu sexo tierno me invita. Lo mismo tu pelo. Tus pezones me retan […] El deseo se desemboca en un columpio infinito. Nuestras caricias desgranan la noche. La penumbra es un chal que nos cubre los hombros. Afuera, el viento vuela la historia. Bajo las sábanas, un amor que pertenece al cosmos, dos mujeres se aman con un lenguaje secreto, alejadas del mundo. A pesar de todo (Roffiel: 71-72).



Por último quiero mencionar a Sara Levi Calderón (1990), autora de Dos mujeres,tuvo que huir del país ante el acoso de su familia tras la publicación de su novela. En esta obra relata la vida de Valeria, una mujer de la clase alta, hija de un poderoso empresario, que se enamora de Genovesa una pintora. A lo largo de la novela se conoce la infancia y la juventud de Valeria dentro de una familia judía proveniente de Lituania, tradición que promueve la sumisión femenina que se hace evidente en el maltrato que sufre la protagonista por parte de los hombres que la rodean (su hermano, su padre, su esposo y sus hijos). La novela refleja una cultura donde la mujer se veía limitada a la vida doméstica, a su rol como madre y esposa y a una vida sexual enfocada en la satisfacción del hombre. Valeria se vuelve transgresora no solo por iniciar una relación lésbica, sino también por estudiar sociología en la UNAM, llevar una vida indepediente sin marido, abrirse al placer sexual, deshacerse de las prohibiciones familiares y trabajar en una de las empresas «más viriles» de su padre —como dice ella—: una cementera.

Tiempo después de su divorcio, Valeria conoce a Genovesa y comienzan un romace secreto que las llevará a exiliarse en Paris por miedo a los ataques de su familia. Ahí, después de unos años de felicidad idílica, Genovesa contrae matrimonio con un hombre y se muda a Colorado, abandonando a la protagonista. Al final, las dos mujeres se reencuentran para brindar por la libertad y el amor.


—Te arrepientes?
—Ah, no... No. La libertad es demasiado preciosa. Sé que no podría vivir sin ti.
—Pero todavía te preguntas si las cosas hubieran podido ser diferentes, ¿cierto?
—Si en aquel entonces hubiera sabido lo que sé ahora... Pero la vida no funciona así, ¿verdad?
—Entonces, ¿brindamos por la libertad?
Genovesa vuelve a coger su copa y yo alzo la mía.
—Sí, pero aún mejor. Brindemos por el día en el que todas las mujeres puedan amar libremente (Levi Calderón: 162).

Aunque en la novela nunca se menciona la palabra «lesbiana» hay una clara intención explorar el erotismo entre mujeres. Tanto Valeria como Genovesa han tenido relaciones con hombres, pero viven su sexualidad libremente y se arriesgan a comenzar un romance que en última instancia acercará a Valeria a una vida más plena. Su liberación consiste no sólo en asumir una sexualidad distinta, sino en abrazar una nueva consciencia de sí misma: “No es fácil hacer añicos los fantasmas genitores [...] Lo nuestro significa romper con los símbolos más antiguos: símbolos aprendidos desde antes de nacer” (Levi Calderón: 59-60).

Lamentablemente la obra de muchas de las escritoras latinoamericanas, no se encuentra a nuestro alcance ni en papel ni en internet. Sin embargo con esta breve muestra, lo que intento es esclarecer el camino que la experiencia del lesbianismo se ha abierto a través de la literatura. Creo precisamente que el valor de la obra de las autoras mencionadas radica en nombrar, reconocer, delinear una identidad que en mucho ha sido silenciada, pero también en la finura de su palabra y en la precisión e invención de sus imágenes poéticas. Eso que desde hace 10 años a mi me intriga, con sus dimensiones secretas, con su cabello oscuro, y sensibilidad especifica, es algo que desnudan y esclarecen mis lecturas de estas obras literarias.


Bibliografía

Calderón Levi, Sara; Dos mujeres, Editorial Egales, Barcelona-Madrid, 1990.

Cruz, Sor Juana Inés de la;Obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz. 1. Lírica personalFondo de Cultura Económica México, 2017.

Olivera Córdova, María Elena; Entre Amoras. Lesbianismo en la Narrativa Mexicana, Universidad Auntónoma de México (UNAM), Centro de Investigaciones Interdisciplanrias en Ciencias y Humanidades, Edición electrónica, México, 2015.

Roffiel, Rosa María; Amora, Editorial Planeta, México, 1989.


Notas

[1]Es interesante que la religiosa fuese designada de esta manera, ya que Safo (que con su canto a la mujer fijó los primeros testimonios de la identidad lésbica en Occidente) también recibió el título de «décima musa», apelativo que esconde las cadenas de la censura. Los versos de Safo evocaban el cuerpo de la mujer y el placer erótico, sin embargo con el transcurso del tiempo el cuerpo de la mujer fue cada vez más censurado, hasta volverse tabú. La poeta de lesbos fue silenciada y despojada de su naturaleza femenina, otros poetas trocaron su voz lírica por una masculina. Finalmente, la filosofía platónica transformó a la poetisa en una «musa incorpórea», la des-sexualizó para poder reconocer el genio y valor de su obra.


[2]Para nuestra fortuna Sergio Téllez-Pon ha publicado recientemente Un amar ardienteuna selección de los poemas que la religiosa dedica a la virreina.

[3]Maria Elena Olivera Córdova identifica esta instancia ficcional comouna representación del CAMVAC, Centro de Apoyo a Mujeres Violadas.


[4]La palabra Sororidad refiere al vínculo estrecho de fraternidad que existe entre dos o más personas. Desde la segunda ola del feminismo el término ha sido empleado para aludir a la relación entre solidaridad entre mujeres.


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