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Brenda Berenice: la parodia del género

  • Foto del escritor: Andy
    Andy
  • 11 jul 2018
  • 12 Min. de lectura

Brenda Berenice o diario de una loca (1985), cuenta a manera de diario los altibajos en la vida de Brenda, una mujer transexual, como dice ella, hija de reina, nieta de General y mujer de cuatro maridos.

Luis Montaño

El escritor Luis Montaño, nacido en Sonora en 1955, cuenta con una breve obra literaria conformada por el drama titulado Los afanes recurrentes presentada en 1983 en el teatro Roberto Amorós, y la novela Brenda Berenice o el diario de una loca publicada en 1985, siendo esta última su obra más representativa y el motivo de este artículo. Brenda Berenice o diario de una loca (1985), cuenta a manera de diario los altibajos en la vida de Brenda, una mujer transexual, como dice ella, hija de reina, nieta de General y mujer de cuatro maridos. El relato comienza con su llegada a la Ciudad de México junto con Iván, su novio de la juventud con quien imagina un futuro de amor y felicidad. Iván no es más que el primero de los galanes (semidioses de rasgos griegos y cuerpos de acero) que le romperá el corazón a la protagonista. Desde entonces la vida de Brenda se convierte en una montaña rusa que una noche la conduce a la cárcel por desviada, otra a las más exclusivas bacanales de placer, y otras a las reuniones de las “Batichicas” un grupo de transexuales que hacen lo imposible por no sentirse solas. Prostituta, empleada de una tienda de ropa, diseñadora y hasta estudiante de literatura, la protagonista atraviesa las más variadas experiencias y condiciones de vida, aunque siempre asediada por los dilemas del amor.


Luis Montaño

La estructura del diario contiene varios intertextos:[1] un poema de Sor Juana Inés de la Cruz que funciona como epígrafe introductorio, el fragmento de “Mariana” una canción de Alberto Cortés, la entrada del diccionario de la RAE (Real Academia Española) correspondiente a la palabra “jota” y el significado que acuña la propia narradora, algunos versos de Mario Benedetti, un fragmento de la canción “Una aventura” de Juan Gabriel, y un poema a las mujeres solas. Además de esto se hacen una gran cantidad de referencias a artistas, obras, escritores y personajes de la alta cultura y la cultura popular. Sin embargo la cualidad que más resalta en el texto es la alteración del lenguaje que hace la narradora: cambia de género las palabras: como «diaria» en lugar de «diario», «relata» en lugar de «relato»; o altera su morfología y fonética: cambia «sucias» por «sutcias», «tonta» por «tinta», «gringas» por «gruingas», «tranquila» por «trancuila» y «mujer» por «mujir», etc. Independientemente de los mecanismos morfológicos y fonéticos de los que se vale la narradora (que no nos ocuparemos de analizar lingüísticamente) me interesa resaltar la función que tiene el lenguaje, y la hibridez del texto para construir la identidad de Brenda Berenice. Siguiendo la teoría del género que expone Judith Butler en su obra El género en disputa (1990), caracterizaremos a Brenda como un sujeto que subvierte y parodia las categorías binarias «hombre»/ «mujer», «masculino»/«femenino», y que se construye como una identidad inestable atravesada por sus circunstancias vitales: nivel económico, educativo, condición racial y cultural.

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Fotografía de Steven Peice en Unplash

El diario comienza con la llegada de Brenda Berenice e Iván, su primer amor, a la Ciudad de México, Brenda se refiere a sí misma en género femenino, y conforme avanza la historia nos enteramos de que biológicamente es un hombre y de que es homosexual: “La gente que pasaba a nuestro lado, nos miraba muy raro y una vieja gorda, prieta como diabla, se levantó muy molesta y nos dijo maricones. Estuve a punto de ir a cachetearla por atrevida pero Iván no me dejó hacerlo […] en aquel entonces yo todavía tenía algo de brava” (1985: 10). Sin embargo la identidad de Brenda cambia en distintos momentos: en ocasiones aparece como un niño, un adolescente o un hombre que oscila entre lo masculino y lo femenino hasta que hace la transición a mujer transexual, lo cual hace difícil la representación de Brenda como sujeto, Categorías como «mujer», «transexual», «hombre», «afeminado» y «homosexual» se apilan una sobre otra formando una amalgama que configura la identidad cambiante de Brenda.

Para Butler la cultura produce “marcos de referencia ontológicos (formas de ser) y epistemológicos (formas de conocer) que son tan poderosos que cristalizan en la aparente invariación […] de la realidad material. Estamos sujetos a estas verdades materiales y las vivimos como parámetros determinantes de nuestra identidad” (Kirby, 2011: 40). Una de estas construcciones es la idea de que la identidad del sujeto es una unidad que se puede representar bajo las categorías «hombre» y «mujer», a las cuales corresponde exclusivamente un género: el «masculino» o el «femenino», que son coherentes con el sistema binario heterosexual. Sin embargo para Judith Butler el género no es resultado del sexo, “el género se construye culturalmente […] [a partir de] los significados culturales que acepta el cuerpo sexuado” (Butler, 1999: 54). apelacimaterialidad, sus fuerzaymar tales actos, gestos concepciones pol debe rechazar cualquie apelacimaterialidad, sus fuerzaButler también pone en duda la naturalidad del sexo, considerando que posiblemente éste también sea una categoría generada por nuestro sistema cultural, y que quizás el sexo siempre ha sido género. Siguiendo el análisis de Butler “son los actos performativos y repetitivos los que modelan y definen al género dentro del colectivo social” (Aguilar García). La identidad que pretenden confirmar tales actos es una “invención [fabricada] y [preservada] mediante signos corpóreos y otros medios discursivos” (Butler, 199: 266). En este sentido el género es una fantasía, una presuposición que tomamos como rasgo interno nuestro y que se inscribe/manifiesta en la superficie de nuestro cuerpo. Partiendo de esto podemos afirmar que ningún género podría ser verdadero o falso, y que en realidad el sexo solamente es “una interpretación política y cultural del cuerpo” (Butler, 1999: 228).


Fotografía de Tony Ross en Unplash

En la novela precisamente el personaje de Brenda problematiza las categorías sexo/género, su cuerpo corresponde al de un hombre, pero se ella se identifica con el género femenino: “Hija de reina y nieta de general, hasta la fecha mujir de cuatro maridos y aventuras varias. Brenda Berenice me llamo por decisión propia, aunque alguna vez mis padres me pusieron Gerardo Urbiñon Campos” (Montaño, 1985: 37). Después de vivir una adolescencia en la que le era difícil identificarse con los roles y actividades aceptados como “propios de lo masculino y de los hombres”, Brenda decide moldearse otro cuerpo, otro significante, para deshacer la escisión entre su cuerpo y su mente. Con sus actos forma su nueva identidad: se cambia el nombre, se refiere a sí misma en femenino, modifica su apariencia y su actitud. Dicha transformación no es un mero cambio de prendas, es la construcción de una identidad de mujer, es hacerse y significarse mujer: “Sentía como si en realidad por primera vez fuera yo, aunque estoy segurísima que no era sólo por el modelito y la apariencia regia de mujir. No. Era algo más profundo, era como si el universo al fin se hubiera puesto de acuerdo respecto a mi personita” (Montaño, 1985: 67). Al tiempo que este cambio gana significación, su cuerpo “masculino” la pierde, después de todo como ella dice “…sólo es un pedazo de carne!”. Desde la discontinuidad, Brenda logra la coherencia de su identidad. Hay que señalar que aún después de su transformación habrá momentos en los que Brenda vuelve a su apariencia de hombre, descartando por completo la posibilidad de reconocer una identidad verdadera: “Después de una hora de cuidadosos detalles, lucíamos como diosas… más bien como dioses, pues con lo versátil que es una, decidimos que esa noche nos íbamos en full machos” (Montaño, 1985: 93).


No es gratuito que todos los cambios de identidad de la protagonista queden inscritos también en su lenguaje, al respecto Judith Butler indica que “el lenguaje constituye una plantilla general de regulación binaria, un diferencial estructural y, al mismo tiempo, una configuración discursiva que ordena la información en el marco de patrones normativos y de prácticas de inteligibilidad y legitimidad”. (Kirby, 2011: 40). Como el género y la orientación sexual de la protagonista no corresponden con la norma, ella busca enunciarse con palabras que puedan captar la complejidad de su identidad. Brenda se describe como una «loca», una «jota» o como una «mujir», el uso de estas palabras es bastante significativo si consideramos que ninguna pertenece a la lengua estándar, o por decirlo de otra forma, a la lengua normativa. Según el diccionario, el cual cita la narradora, «jota» simplemente es una letra del alfabeto, un baile popular de Aragón, un caldo con verduras, o en México un vocablo que refiere a un afeminado. Sin embargo, en el argot gay «Jota» “es la feminización de lo ya feminizado («joto»), lo mismo sucede en el caso de «loco» que se vuelve «loca» y su variante «loquita» o, como dicen en españa, «locaza»[2] (Tellez-Pon, 2013). Una vez que el homosexual se apropia de estas palabras no sólo hacen alusión a la figura del hombre afeminado, sino que buscan magnificarla y matizarla (no es lo mismo una «jota», que una «loca» o una «mujir»).[3] Para Brenda Berenice «Jota» es “el joto que ya perdió toda concepción de los límites. Hombre de grandes vuelos” (Montaño, 1985: 19), o también es un “ser que nació con órganos sexuales masculinos y que a la fecha puede o no, tenerlos. No es precisamente una mujir aunque en ocasiones presenta el comportamiento de ésta, pero elevado al cubo” (Montaño, 1985: 19-20). Por otro lado, para la narradora, una «loca» es “una poesía, una quimera, un sueño; es algo inexplicable para acabar pronto” (Montaño, 1985: 36). «Mujir», por último es una modificación que hace la propia narradora, la única que se mantiene así en toda la narración, esto no es casual, pues la alteración hace evidente un sentido importante, marca dos diferencias: una «mujir» no es lo mismo que una «mujer», y segundo, no todas las mujeres son iguales.

De acuerdo con Butler desde siempre se ha asumido que existe una identidad con ciertas afinidades comunes que puede ser denominada bajo la categoría «mujer», es decir, se piensa que esta identidad responde a los rasgos designados por esta categoría, en lugar de pensar que es el significante el que reclama la aprobación de aquellas a quienes pretende describir y representar. El término «mujer» es problemático debido a que no es exhaustivo

porque el género no siempre se constituye de forma coherente o consistente en contextos históricos distintos, y porque se entrecruza con modalidades raciales, de clase, étnicas, sexuales y regionales de identidades discursivamente constituidas. Así, es imposible separar el «género» de las intersecciones políticas y culturales en las que constantemente se produce y se mantiene” (Butler, 1999: 49).

Como indica Vicky Kirby “la realidad viva de las mujeres puede incorporar experiencias tan diferentes, que la misma existencia de una identidad compartida se vuelve endeble” (2011: 39). En este sentido debemos situar a Brenda en su contexto social y cultural para poder determinar su identidad de mujer. De acuerdo con la novela la protagonista, nacida en Sonora, es hija de un matrimonio de clase media, pero después de que es exiliada de su familia y se ve obligada a escapar con Iván rumbo a la Ciudad de México, su estabilidad económica desciende considerablemente, a partir de entonces Brenda oscilará entre la clase media y la baja:

…localizamos el anuncio de una habitación por la colonia Doctores en una calle tan espantosa que hubiera asustado a la misma jorobada de Notre Dame […] La parte superior se conformaba sólo de dos cuartos. El que rentamos daba a la calle y tenía un balconcito como de metro y medio, muy espantoso también. Al entrar me sentí desolada, pero pensé que no siempre iba a ser igual (Montaño, 1985: 10-11).

Pese a sus dificultades económicas y el cambio de empleos (a veces empleada de una tienda de ropa, prostituta, hasta dueña y diseñadora de una Boutique) Brenda no es una persona inculta, pues logra terminar el bachillerato y entrar a la Licenciatura en Letras, y aunque deja trunca la carrera, es evidente su conocimiento de la alta cultura y de la cultura popular. Esto se manifiesta en la gran cantidad de referencias presentes en el diario que van desde: Shakespeare, Platón, Descartes, Hegel, Emma Bovary, El Cid Campeador, Remedios la bella, Federico García Lorca, Luis Zapata, Pita Amor, Mario Benedetti, Sylvester Stallone, Christopher Reeves, E. T. , Luisa Lane, Lucha Villa, Verónica Castro, Margarita Gotier y Corín Tellado, entre muchos otros más:

Entré a la escuela de letras, muy fifiris nice, yo. Creo que gracias a eso me convertí en la ramera más culta de latinoamérica. Y ahí me tienes querido diario, estudiando historia del arte, español y latín […] Claro que yo como el teflón, no se me pegaba nada, pero era muy mono sentirse medio hegeliana (Montaño, 1985: 14).

Por último recordemos, Brenda es una mujer que se traviste en numerosas ocasiones para expresar su feminidad, de acuerdo con Butler “la «travestida» […] se burla del modelo que expresa el género, así como de la idea de una verdadera identidad de género” (Butler, 1999: 268). Cuando la travestida imita el género, se hace evidente la «estructura imitativa» del género. En otras palabras, se subraya la discontinuidad o desajuste, y se hace una parodia del propio género. Para Butler el género necesita un punto de referencia que le dé estabilidad explicativa. Aunque pareciera que los rasgos y cualidades que atribuimos al género expresan “una identidad sexual previa, en realidad, la práctica del género establece tal origen como su justificación natural” (Kirby, 2011: 62). Tales elementos de experiencia del género que tomamos por naturales son los que subvierte la figura del travesti que pone en evidencia su carácter de invención cultural.


Desde este punto de vista una «mujir» es la parodia de la «mujer». Brenda es la exaltación de la feminidad hasta proporciones excesivas, que hacen evidente la diferencia entre el “original” y la “imitación”. No es gratuito que el diario haga referencia a personajes como Marga López, Verónica Castro, Libertad Lamarque y María Félix, figuras o mejor dicho divas de la cultura popular mexicana que se distinguen por crear una representación teatral de la mujer: aquella que es muy femenina, guapa, que vive en desamor y que espera, igual que Brenda Berenice, la llegada del marido perfecto. Por otro lado, el hecho de que Brenda en tono burlón llame a su grupo de amigas travestis “las Batichicas” también es otra muestra de la parodia, se puede decir que ellas igual que Batman, usan un “disfraz” que les permite cambiar su identidad. Por último observamos que la parodia también se ve reflejada en la alteración del lenguaje que remite a la oralidad de cierto extracto social, y en la construcción del diario por medio de la adaptación de personajes y conceptos de la alta cultura (de la literatura, el arte, la mitología o la filosofía) al contexto de la clase baja, o la mezcla de estos con la cultura popular mexicana, que deviene en una parodia de la propia figura del intelectual. En esta hibridez cristaliza la identidad de la protagonista, permite apreciar cada una de sus facetas y discordancias, y configura a Brenda como un sujeto paródico sexual y textual.


Esperamos que este artículo te haya interesado en leer Brenda Berenice o el diario de una loca. Si es así, te invitamos a que visites nuestra sección de Biblioteca digital, donde podrás descargar la obra en pdf de manera gratuita y legal. Ayúdanos a difundir a Luis Montaño y su obra compartiendo esta publicación.


[1] En teoría literaria el término «intertexto» designa a un texto que es referido (ya sea en una cita literal o modificada por el autor) en otro texto y la relación que se establece entre ellos. Para mayor claridad sugiero revisar el Diccionario de Retórica y Poética de Helena Beristáin, donde alude brevemente a las variaciones que ha tenido la acepción y los teóricos que la han estudiado.


[2] Una definición un poco más amplia de estos dos términos sería la siguiente. Joto: “Término utilizado en México para referirse peyorativamente al hombre homosexual. Hay varias teorías sobre el origen de esta palabra. Por un lado hay quien dice que viene de "Sota" del juego de cartas, porque le ven atributos afeminados a la ilustración y por la expresión "me cago en la sota de oros". Otros dicen que "Joto" es el cabrito lactante y que estaría relacionado con mamar. La teoría más habitual, es la que hace referencia a la cárcel mexicana de la ciudad de Lecumberri, según la cual a los homosexuales se les encerraba en la sección "J" o porque fue la sección donde encerraron a los apresados en el famoso "Baile de los 41". Y la teoría más sorprendente sería que "Joto" vendría de la Jota aragonesa a través del salto semántico baile - mujer – homosexual” (Moscas de colores).

Loca: “término bastante utilizado, incluso dentro del colectivo LGBT, para referirse al hombre homosexual muy afeminado. Con esta expresión en origen también se relaciona, como en tantas ocasiones, la prostitución femenina con los hombres homosexuales, ya que también tiene el significado de prostituta, mujer alegre, etc. También puede tener relación con la época en la que la homosexualidad era considerada una enfermedad mental”(Moscas de colores).


[3] La apropiación de insultos como un término identitario es un recurso utilizado históricamente por diversas minorías raciales, religiosas, sexuales o ideológicas. Por ejemplo, los movimientos anglosajones de liberación racial se adueñaron del término nigger, usado de manera peyorativa por los blancos para referirse a los “negros apestosos”; en el ámbito hispánico un proceso similar ocurrió con insultos como “negro” y “negrata. En el caso del término queer, en sus inicios “operó como una práctica lingüística cuyo propósito fue avergonzar al sujeto que nombra o, antes bien, producir un sujeto a través de esa interpelación humillante” (Butler, 2002: 318). La invocación de lo queer se convirtió con el tiempo en un “vínculo social entre las comunidades homofóbicas” (Butler, 2002: 318). En el 2006, el profesor Robert McRuer publicó Crip Theory. Cultural Signs of Queerness and Disability, la palabra crip deriva del inglés cripple, que significa “tullido”, término usado de manera despectiva hacia las comunidades con diversidad funcional. De acuerdo con McRuer “crip es una palabra que las mismas personas a las que la palabra estigmatiza es decir, personas con diversidad funcional, la reivindican y hacen suya. Aún más, crip ha funcionado para muchos como una marca de fuerza, de orgullo y de desafío” (Moscoso Pérez y Arnau Ripollés, 2006: 138).

Bibliografía:

Aguilar García, T. (2008) “El sistema sexo-género en los movimientos feministas”. Amnis. Disponible en https://amnis.revues.org/537?lang=es.

Butler, J. (1999). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.

_______. (2002). Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Buenos Aires: Paidós.

Kirby, V. (2011) Judith Butler: Pensamiento en acción. Barcelona: Balletera.

Montaño, L. (1985). Brenda Berenice o el diario de una loca. México: Domés.

Moscoso Pérez, M. y S. Arnau Ripollés. (2016). “Lo Queer y lo Crip, como formas de re-apropiación de la dignidad disidente. Una conversación con Robert McRuer”. Dilemata, 20: 137-144 pp.

Pérez Garzón, J. S. (2011). Historia del feminismo. Barcelona: Catarata.

Ramírez, L. (2010) “Como se dice gay en epañol” Moscas de colores. Disponible en http://www.moscasdecolores.com/es/diccionario-gay/espanol.

Roncero, I. (2016). La ventana abyecta. Cultura monstruosa y redes sociales. Málaga: Corona Borealis.

Tellez-Pon, S. (2013) “De maricón, puñal y otras joterías”. El Universal. Disponible en http://confabulario.eluniversal.com.mx/de-maricon-punal-y-otras-joterias/.

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